No era el mar, pero se le parecía.
El el fondo de sus ojos se vislumbraban un sinfín de posibilidades.
Y como olas embravecidas, iban y venían, arrasando mis sentimientos.
Mi alma a la deriva solo ella podía rescatarla.
Pero dejó de importarle que me hundiese, ella debía sobrevivir para poder cuidar de algo más importante.
Es más, levó el ancla y sopló fuerte esperando que desapareciera en el horizonte.
Tantas mentiras conté, tanto daño causé, tanto dolor sintió, tanto se perdió, que mi arrepentimiento y su perdón no fueron bastante.
El amor, por si solo, nunca es suficiente.
Fui yo el que cortó los amarres. Ella fue la que acabó empujando.
Y ahora ya nada puede salvarme de mí.