viernes, 22 de febrero de 2019

Desde un castillo de naipes.

En lo alto de un castillo te ubiqué,
para que todos te admirasen,
con los ojos con los que yo te veía;
ensalzando tus virtudes,
escondiendo tus defectos,
pues esos solo yo los sabía.

Pero ellos querían que te bajara,
no te gozaban como yo lo hacía,
y me enfadaba, me peleaba,
me alejaba y te defendía.

Vivías feliz, allí, en lo alto, 
adorado, dejándote querer
porque ¡tú lo merecías!.
Cada día más endiosado,
mientras me arrastraba 
y suplicaba perdón 
por cosas que yo no hacía.

Te creíste con el poder de la razón,
pero... ¿nunca te equivocabas?,
te regalé mi alma y la utilizaste
en vez de a mi favor, en contra mía.

A veces me sublevaba, 
creyendo saber lo que hacía
y, al llamarte la atención, 
la tuya hacia mí se perdía.

Comprendí que los cimientos
de los que el castillo dependía, 
se forjaron solo con mi ilusión, 
ya que de ella tú carecías.

Y  se derrumbó con tan solo un soplo, 
el castillo de naipes donde te tenía, 
y al caer, como creíste que no dolía,
nunca vi a nadie más rápido correr 
como tú lo hiciste ese día.
Y te dolerá, te duele y te dolió 
mucho más de lo que creías.

Y de rey pasaste a ambulante 
vendiendo sobre mí mentiras 
a quien ni saberlas quería. 
Mientras defendías tu honor
escondiendo tu cobardía.
Por un polvo malo y fugaz,
a quien más amarás vendiste,
como a una mala mercancía.

¿Cuántas mentiras de tu boca escucharía
dando por sentado que eran ciertas?
Ni siquiera pensarlo debería.
No vales la pena, ni las ganas, 
ni un minuto más de mi vida.

Y cuando lo veo con la perspectiva 
que el tiempo le da a la vida, 
me doy cuenta del error 
de querer a quien no debía.
De todo se sale y se aprende, 
y tan grande fue tu caída, 
que la consideré merecida.

Y ahora ni rey ni mendigo, 
un bufón es lo que eres,
sigue contando mentiras 
que de patético das risa.

Y una carta sí me llevo,
el as de corazones, 
esa es mía